7 de junio. Mal día. Hoy no he escrito nada. Mañana no tendré tiempo.
(FRANZ KAFKA. Diarios)
La hoja en blanco. Oh, esa maldita hoja en blanco, aferrada a la máquina de escribir o digitalizada en el ordenador portátil. Cuántos quebraderos de cabeza ha provocado a la humanidad. Poetas, guionistas, dramaturgos. Profesionales de la escritura, amateurs. Todos ellos la han tenido delante suyo, en frente de sus narices. Muchos han conseguido llenarla, otros no han tenido tanta suerte y han sucumbido a su poder, incapaces de superar el desafío psicológico que la hoja les propone.
¿Cómo llega el escritor a sufrir esta, podríamos llamarla, crisis intelectual? El cine, en tanto a arte que se nutre de otras artes, también ha intentado explicar el motivo de estos bloqueos o, al menos, nos ha aproximado a ellos mediante diferentes historias donde el protagonista es un escritor que pierde, de repente, el sentido de la escritura. El cine es el arte que más y mejor ha tratado esta temática. El hecho de tener que escribir un guión –que es la base de toda obra cinematográfica- plantea implícitamente la posibilidad del bloqueo en algún momento de su confección. La estrecha comunicación entre estas dos formas de realizar arte ha provocado que el cine sea la manera más representativa de plasmar el bloqueo creativo de un escritor, porque lleva en su proceso creativo la escritura misma.
Para empezar, podemos ya de entrada definir el tipo de personaje que nos presentan estas películas. Cada trabajo lo presenta de una forma distinta y peculiar, pero se puede llegar a un cierto común denominador en todas ellas. La mayoría de ellos nos presentan un perfil de escritor muy concreto: normalmente es un antihéroe con dificultades a la hora de relacionarse con el mundo exterior que, a pesar de su condición, ha llegado al éxito gracias a su talento literario.
El bloqueo creativo les llegará después de irrumpir en sus vidas ciertos factores que iremos viendo a lo largo de este análisis, entre ellos: ÉXITO, ALCOHOL, DOLOR, SOLEDAD, IMMADUREZ.
ÉXITO
Para contarnos estas historias el cine nos presenta un tipo de escritor que ya se ha encontrado con el éxito. Su nombre es reconocido por el público y sus publicaciones suponen una cantidad importante de ventas o una expectación elevada por parte de las personas interesadas en sacarle provecho.
Un éxito considerable, sin embargo, puede dejar al escritor atemorizado de salir al escenario delante la perspectiva de decepcionar a un público mucho más amplio o a la crítica cruel y muchas veces envidiosa de los otros por haberse convertido en una diana visible. Guido Anselmi (Marcello Mastroianni), el alter ego de Federico Fellini en Fellini, Ocho y Medio (Otto e Mezzo, Federico Fellini, 1963), pasa en parte por esta experiencia y se encuentra a merced de un envanecimiento infantil que nunca hubiera pensado que experimentaría. La megalomanía y el pánico a defraudar a los demás, entre otras cosas, lo amenazan y es entonces cuando tiene que recurrir a sus recuerdos de infancia, sus recuerdos más queridos, guardados en lo más profundo de su ser, para intentar desencallar su intelecto. Federico Fellini nos muestra a un Mastroianni solo y derrotado, incapaz de crear artísticamente.
Así pues, esta es una de las formas en las que aparece el factor éxito en las películas relacionadas con el bloqueo creativo, pero no es la más común. Hay varios ejemplos de historias donde el éxito sólo es el punto de partida para la llegada, más adelante, del bloqueo; es decir, gracias al éxito que tiene, al escritor le surgen nuevas oportunidades o nuevos escenarios que, estos sí, serán los causantes de la crisis creativa. En Barton Fink (Barton Fink, Joel & Ethan Coen, 1991), el éxito que tiene su protagonista –interpretado por John Turturro- en la escena teatral de Broadway hará que le llegue una oferta de Hollywood que no podrá rechazar. Fink viajará hasta California y será en este nuevo escenario donde sufrirá su crisis creativa. En Adaptation. El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, Spike Jonze, 2002), Charlie Kaufman –el tímido personaje interpretado por Nicholas Cage y que, acorde con el juego narrativo que plantea toda la película, lleva el mismo nombre que el talentoso guionista real-, gracias a ser considerado un guionista de éxito, recibe el encargo de un importante estudio para llevar a cabo la adaptación de un libro muy peculiar, un libro sobre flores. Será en este nuevo reto, al intentar cumplir con el encargo, cuando le aparecerá su particular bloqueo.
“Para empezar… Para empezar… Cómo empiezo? Tengo hambre. Debería hacerme un café. Un café me ayudaría a pensar… Pero debería escribir algo antes, y luego, como premio, un café… Un café y una pasta. Bien, entonces tengo que concreter el tema. Quizá una pasta de nueces y plátano. Esa está buenísima”. (Charlie Kaufman)
En estos dos ejemplos el éxito supone demasiada presión para ellos. En Barton Fink, los Coen optan por incluir una multiplicidad de planos de la máquina de escribir del protagonista en la habitación del hotel –visiones laterales, frontales, planos detalle…-, que nunca aparece sola –con el ventilador a su lado, con montones de folios arrugados a su alrededor, con el cuadro encima…-, resaltando la obsesión de Barton por intentar escribir algo.
ALCOHOL
En la que sería su quinta película, Billy Wilder trasladó al cine una historia parecida. Don Birnam –interpretado por Ray Millan- es un escritor alcohólico. Su frustración causada por su incapacidad de escribir le lleva a la bebida, frustración agraviada tras comprobar que le ha desaparecido todo el talento del que gozaba cuando era joven.
“La razón soy yo, lo que soy. O más bien dicho, lo que no soy. Lo que quise ser y no fui. Quería ser escritor. Estúpido, no? En la universidad me llamaban genio. No podían publicar la revista universitaria sin una de mis historias. Chico, estaba inspirado… Al estilo Hemingway. Mi punto álgido fue a los 19 años. Me mudé a Nueva York. Quien quiere permanecer en la universidad cuando se es Hemingway?” (Don Birnam)
En Días Sin Huella (The Lost Weekend, Billy Wilder, 1945), Birnam cree que el alcohol lo devuelve de alguna forma a la vida: elimina sus inhibiciones habituales y abre la puerta al inconsciente. Dice que cuando bebe es capaz de escribir cualquier cosa. Es su forma de establecer contacto con este inconsciente suyo. Sin embargo, en el fondo sabe que no es verdad y todo resulta ser un trágico círculo vicioso, que termina con Birnam ingresado por la que ya será su enfermedad. Además, la fotografía, seca y poco luminosa, y la banda sonora, que aporta a la película un tono mágico, algo surreal, hace dar cuenta al espectador el tipo de vida que tiene el protagonista, que se mueve entre lo que es real i lo que no lo es a causa del alcoholismo.
Así pues, la bebida es otro de los elementos comunes que aparecen en todos estos trabajos. Podríamos decir que el alcohol es el primer –o uno de los primeros- recursos del escritor bloqueado. La incapacidad para escribir algo interesante lleva a Jack Torrance –Jack Nicholson- a pasar noches enteras bebiendo y sin dormir en El Resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980). Jack caerá en un estado que se moverá entre la somnolencia y la agresividad, y que resultará ser el punto de partida de su particular viaje hacia los infiernos –y el de su familia- en el remoto Hotel Stanley.
(Aquest post és una ampliació d’un treball que vaig elaborar l’any passat i que s’havia d’escriure en castellà, motiu del canvi d’idioma. La segona part, d’aquí uns dies. Gràcies!)
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